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Para Taller de Espacios Etéreos, la arquitectura no es sólo un contenedor de la vida, sino su lienzo y su voz. Es el escenario donde la existencia se manifiesta, el telón de fondo de nuestras historias, y a veces, cuando su esencia es lo suficientemente poderosa, se convierte incluso en protagonista.

 

El ser humano es, ante todo, un ser sensible. No basta con erigir muros que resguarden del frío o techos que protejan de la intemperie; la verdadera arquitectura debe tocar el alma. No es sólo función, sino emoción; no sólo materia, sino lenguaje. Cada espacio que habitamos deja una huella en nosotros, una vibración sutil que moldea nuestra percepción del mundo.

 

Ante estas cualidades perceptivas, además de la técnica y el método, que son herramientas valiosas para potenciar nuestro lenguaje, el acto de diseñar exige principios y valores que tracen el sendero. En este estudio, no buscamos imponer un estilo, sino seguir una ética, una convicción profunda de que la arquitectura debe ser honesta, humana y atenta a la esencia del lugar y de quienes lo habitan.

 

En una época tan mediática como la actual -en la que vivimos tan atentos a lo que haga y piense el resto, tan ocupados pretendiendo ser otro, totalmente distraidos de nuestra esencia por el ruido de las apariencias-, tal vez la innovación consista en honestidad con el resto, con lo que se hace, pero principalmente con uno mismo.

 

Nuestro propósito consiste en mejorar la calidad de vida de quienes confían en nosotros, renovando su entorno y en consecuencia su bienestar, sin sentirse limitado por los recursos porque con los materiales pasa lo mismo que con las palabras, no hay buenos, ni malos, depende el uso que se les dé.

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